Natxo Serra. Portavoz VerdsEquo-Compromís

Vivimos en uno de los lugares del planeta donde hay mayor libertad. Es un hecho constatable a poco que hayamos conocido otros países. Es, sobre todo, el resultado de una ciudadanía que ha exigido que la ruptura con el pasado que no se produjo en la Transición – dónde recordemos, el temor a un golpe de estado era omnipresente en sus primeros años y condiciono la acción política – se diera por medio de un proceso reformista infinito que ha logrado avances sociales pioneros comparados con cualquier otro país. La democracia tutelada y vigilada de los que tenían todo “atado y bien atado” se ha liberado de las ataduras.

Sin una ruptura formal hemos pasado de ser la teocracia de Occidente  – los últimos gobiernos de la Dictadura estuvieron integrados por ministros “tecnócratas” en su mayoría de una misma congregación religiosa – a convertirnos en uno de los estados que más y mejor garantiza los derechos sociales. Muchos conocemos a jóvenes italianos, franceses, estadounidenses… que se han instalado en nuestro país ante la falta de libertades en sus lugares de origen, No es sorprendente: la intolerancia y el clasismo, ya sea de origen neoliberal o neoconservador, se han extendido por Occidente. Solo hay que mirar a Francia estas semanas pasadas, donde se ha hecho visible una vez más en sus calles la fractura social consecuencia de la desigualdad. O a la Italia de Meloni y su alianza con el integrismo religioso. O a Estados Unidos, donde enfermar es arruinarse, no solo la salud, sino económicamente. Y donde grupos ultras, espoleados por un expresidente, asaltan el Capitolio con víctimas mortales. La revolución “violenta”, donde se da, hoy, es siempre reaccionaria.

No recuerdo en el momento de escribir este artículo, nada, en este siglo, similar a lo que fue el 15M: un proceso de impugnación donde prevaleció la palabra, el diálogo, la asamblea, el respeto entre todas las personas… y que ha sido crucial para romper con un bipartidismo que nos había abocado al estancamiento. Los sistemas de alternancia de dos únicas formaciones políticas han desaparecido en la mayoría de las democracias. La complejidad y pluralidad ya no pueden ser representadas solo por dos partidos. La situación de USA, donde el bipartidismo hegemónico formal continúa, es clarificadora. Lo hace al coste de que la mitad de la población se sienta excluida y lo muestre no participando en los procesos electorales presidenciales. Y se suman las trabas para poder ejercer el derecho al voto. El resultado es que, en lugares como Florida, la democracia ha sido sustituida, de facto, por el sufragio censitario. Recordemos que este consistía en reservar el derecho al voto solo para las rentas altas.

La erosión continua a la que se está sometiendo a las instituciones democráticas, tiene una de sus caras, paradójicamente, en el abuso de los plebiscitos. Las elecciones del próximo 23J, concebidas para conformar un parlamento, se han querido plantear por el PP y sus medios afines como una burda copia de las elecciones presidenciales francesas, un mal sistema que fue diseñado a la medida del general de Gaulle. Se olvida que estamos en una democracia parlamentaria. Una votación entre solo dos opciones tiene sentido si hablamos del derecho de las mujeres a tener el control de su propio cuerpo. Nunca saldría aprobada, si se consultara a toda la ciudadanía, la retrógrada propuesta de Feijóo que intenta impedir a las mujeres tener este control. La sociedad española está, aún, lejos del radicalismo sectario del dúo Feijóo&Abascal que dirige ese ente que es el PPVOX.

Hemos visto la rapidez con la que se alcanzó el acuerdo de gobierno entre PP y VOX en la Comunitat Valenciana, algo menos de una semana. Salvo teatralizaciones concebidas para no asustar al electorado centrista, PP y VOX son un mismo ticket electoral. Se ha visto en Extremadura, con la desautorización de la líder del PP extremeño opuesta inicialmente a gobernar con VOX. Los hombres que dirigen su partido en Madrid que le han impuesto retractarse y ha acabado pactando. Tanto monta que monta tanto, parafraseando lo que decían en los libros de texto sobre los Reyes Católicos, Alberto como Santiago. Uno de los más evidentes puntos de coincidencia de los líderes de la extrema derecha neoconservadora y de la ultraderecha confesional, es el machismo que profesan. La postergación que ambos han llevado a cabo con las lideresas de sus propios partidos es clarificadora. Otro elemento en común es la falta absoluta de propuestas de futuro. Todo es un rememorar el pasado: Feijóo añora a Manuel Fraga, el ministro omnipotente dueño de las calles durante la Dictadura; Abascal, directamente, añora la Dictadura.

Incluso el candidato socialista, Sánchez, transita por la melancolía en forma de la recuperación del expresidente Zapatero, de cuyas convicciones democráticas no tengo la menor duda, pero que no aporta nada – su tiempo ya fue – en el debate de cuáles son las propuestas de futuro que necesitamos. No le he escuchado afirmaciones o propuestas sobre qué debemos hacer, como sociedad, para construir de forma efectiva confianza y esperanza en conseguir un presente y futuro digno para todos y todas sin exclusiones.

La única persona que en esta campaña electoral está hablando de ese presente y futuro inmediato, con propuestas claras, factibles e ilusionantes, es una mujer a quien su trayectoria avala. La Reforma Laboral, concebida e impulsada por la ministra de trabajo Yolanda Díaz, es el logro más destacado de esta legislatura en el gobierno de España. Y lo hizo pese al contrapeso que fueron los socios de gobierno. Algo que no es sorprendente, si se tiene memoria: el reivindicado Zapatero llegó a decir que “bajar impuestos también es de izquierdas”

Escuché este pasado sábado a Yolanda en València en el acto central de campaña de Compromís-Sumar. Hizo una exposición brillante e inteligente de un completo programa de gobierno. Habló de Transición Ecológica Justa, creando medio millón de puestos de trabajo vinculados a la misma; de ampliar el parque público con dos millones de nuevas viviendas; de repartir el trabajo reduciendo la jornada laboral a 32 horas semanales; de regular por ley las listas de espera; de la herencia universal (20.000 euros a los jóvenes al alcanzar mayoría de edad). También de cambio de modelo productivo, de redistribución de la riqueza y de consumo. Y de llevar a cabo una auténtica transición energética, combinando descarbonización con la democratización del sector clave que es la generación eléctrica. Y, con una sensibilidad inusual en candidatos a la presidencia de España, se comprometió a acabar con la infrafinanciación que sufrimos los valencianos y valencianas y que lastran nuestro Estado del Bienestar (Sanidad, Educación, Igualdad, Dependencia).

Yolanda Díaz mostró ayer que, a estas elecciones, concurren partidos que se dedican a hablar del pasado, dirigidos por hombres que añoran otros tiempos, pero que no tienen ningún proyecto para el presente. Frente al abismo, el miedo que siembran otros, la esperanza basada en las medidas concretas. Propuestas, que, como ecologista, me representan.  Pero que, en el único debate de candidatos que va a haber en esta campaña electoral, Yolanda Díaz no podrá explicar y contrastar. El bipartidismo, no hegemónicamente masculino por casualidad, se protege apartando del debate televisado de esta noche a la candidata que pone en evidencia su caducidad. Excluyen, de común acuerdo Feijóo y Sánchez, a la mejor, para protegerse mutuamente evitando que se evidencien sus carencias.

Hace un tiempo, con motivo del décimo aniversario del 15M, en el que estuve muy implicado, escribí un artículo en el que reivindicaba que sí teníamos propuestas concretas y articuladas. Hoy, muchos de esos planteamientos, los leo y los escucho en Yolanda. Y, veo que sí, que seguimos trabajando con la determinación intacta. Y, al final, conseguiremos que haya una presidenta al frente de nuestros gobiernos con la que compartamos nuestras propuestas, no de pasado, sino nunca olvidadas y siempre presentes.